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En las sabanas de Casanare, Colombia, los jóvenes están redescubriendo lo que significa regresar — no solo a un lugar, sino también a un propósito.


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Cuando las aves regresan a un sitio, nunca es por casualidad; es porque ese lugar les ofrece lo que necesitan para sobrevivir. Cada año, el Playero canelo —una especie migratoria amenazada— vuela miles de kilómetros para descansar y alimentarse en las reservas de Altagracia. Su regreso, más que un ciclo natural, es una señal de resiliencia.

Esta vez, no regresaron solamente las aves. Un grupo de jóvenes de Trinidad, junto con líderes locales, educadores y conservacionistas, volvió a las reservas de Altagracia —no como turistas, sino como estudiantes, artistas, oyentes y guardianes. Entre ellos, jóvenes mujeres reclamando su espacio en la conservación, y personas mayores compartiendo saberes arraigados en el cuidado y la experiencia vivida.

Este viaje fue parte del Programa de Pequeñas Donaciones para la Conservación de los Pastizales Naturales, apoyado por BirdLife International. El proyecto, liderado por Narrativas de la Biodiversidad y ABC Colombia, nos recuerda que proteger la biodiversidad requiere más que datos y estrategias: exige empatía, equidad y comunidad.

Aprendiendo de la tierra (y de su gente)

En las reservas de San Andrés, San Cristóbal y Buenaventura, el grupo fue recibido por las verdaderas guardianas del territorio: mujeres como Karina, Amparo, Rocío, Libia, Yanire y Patricia, quienes han transformado las tierras de sus familias en refugios de biodiversidad. Su trabajo incluye la recuperación de poblaciones de tortugas en peligro, la siembra de árboles nativos como la palma de moriche y el cuidado de abejas nativas —todo esto mientras defienden su derecho a habitar y cuidar sus tierras ancestrales.

En un ámbito aún dominado por hombres, su liderazgo reafirma que la conservación sin mujeres está incompleta. Sus voces dieron forma a esta experiencia de aprendizaje, ofreciendo no solo conocimiento ecológico, sino un modelo de cuidado inclusivo y liderado por la comunidad.

“En cada lugar que visitamos, había algo por aprender —no de los libros, sino de las historias de quienes viven aquí”, compartió una de las participantes.

Caminando junto al Playero canelo

El avistamiento de aves se convirtió en un viaje de asombro y reflexión. En la laguna de Altagracia, ¡aparecieron ocho Playeros canelos! — una escena tan rara como poderosa que dejó a muchas personas en silencio. En ese momento, los binoculares y las guías de campo se volvieron herramientas de conexión, no solo con la naturaleza, sino también entre ellos.

Más tarde, en un taller colectivo, el grupo reflexionó sobre el viaje e imaginó el futuro desde los ojos de las aves: un paisaje donde sus hábitats estén protegidos y sus historias sean recordadas. Sus dibujos y sueños hablaban no solo de aves, pero también de justicia, visibilidad y pertenencia.

Un futuro arraigado al cuidado

Más allá de la observación de campo, la experiencia se transformó en una celebración de la cultura, la memoria y la creatividad. Los y las participantes escucharon producciones radiales comunitarias sobre las sabanas, pintaron un mural inspirado en el paisaje de Altagracia y cocinaron colectivamente usando plantas nativas —creando lazos entre generaciones y trayectorias diversas.

Al final de cada día, se reunían para ver cómo el cielo doraba sobre los humedales. “¿Por qué regresamos?”, preguntó alguien…

Porque lugares como Altagracia te transforman.

Porque regresar no siempre es volver al pasado —a veces, es comenzar de nuevo, con más voces en la mesa y más manos sobre la tierra.

© Fotografías: Natalia Roa.